Soñaba, soñaba que estaba entre sus brazos, que sus manos acariciaban su cuerpo, y le sentía tan cerca… No quería despertar, quería permanecer en aquel segundo eterno. Lo deseaba profundamente, quería besarle, probar la miel de sus labios y mirarle a los ojos, sin que no importase nada más que ellos.
Soñaba que sus manos se entrelazaban, que sus miradas brillaban descubriendo cada parte del cuerpo del otro.
Pero sonó el despertador, su mente se despertó de aquel viaje intenso. Quería volver, pero la realidad le sacudía. Tenía que levantarse como todos los días, pero no podía, su corazón lloraba, no aguantaba más. No sabía si era mejor haberlo soñado, porque desde ese momento su mente no dejaría de darle vueltas y las falsas ilusiones volverían a su cabeza. Él no era suyo, nunca lo conseguiría y lo sabía. Nunca estaría entre sus brazos, nunca su mirada le diría te quiero, pero no lo podía olvidar.
Intentaba no pensar en él, pero por la noche las hadas de los sueños le traicionaban, y le hacían tenerlo en su cabeza todo el día.
Intentaba sustituirle, buscar a otro que ocupara su lugar, pero ninguno era como él. Ninguno tenía su sonrisa, ni su mirada…
Las lágrimas de amor recorrieron sus mejillas, era un llanto silencioso, emotivo… era tal la tristeza y desgana que le recorría… pero tenía que seguir caminando. Se fue hasta el lavabo y lavó su cara para que nadie le notara aquel dolor. Por fuera no lloraba, pero por dentro su llanto no se apagó.
1 de abril de 2004
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