En aquel mundo lejano, sólo existente en su memoria, estaba él. Libre, sin necesidad de dar cuentas a nadie, soñaba y soñaba con alcanzarla, pero siempre cuando alargaba su brazo y extendía su mano le quedaban escasos centímetros para rozarla. En esos momentos él creía tocarla y sentirla bullir dentro de sí, lo conseguía, ¡sí! por unos momentos, las mejores veces incluso días y semanas conseguía alcanzarla. Pero siempre ocurría algo, no lograba descifrar el qué, pero le arrojaba de ese estado de plenitud. Y se preguntaba en la inmensa soledad de su cuarto, el porqué de tanta desgracia. Se sentía el ser más insignificante del universo, sentía que su ausencia sólo traería paz y por supuesto lo que él siempre había buscado: felicidad.
Sentía que nadie le echaría en falta. Pero al pensar esto, a la vez se sentía, tan egoísta… ¿Y si en realidad no estaba sólo? ¿Y si todo era producto de se imaginación como tantas otras cosas? Necesitaba encontrar respuestas, miles de dudas le asaltaban como una jauría de perros de caza. Y se preguntaba: “¿Por qué soy así? Yo sólo quiero ser feliz”. Todo era como una rueda y lo sabía, sabía que los momentos de máximo esplendor se sentía fresco, lo daba todo y se sentía el ser más afortunado. Pero cuando estaba triste, su ánimo sobrepasaba las puertas de la infinita oscuridad. “¿No tengo un punto medio?” se decía. Se sentía condenado a vivir así.
17 de diciembre del 2004.
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